Patrimonio cultural
Patrimonio cultural
Los pimientos de Ibarra
La guindilla que en Ibarra denominamos “piperra” es la estrella de la huerta más cuidada de Ibarra, símbolo del pueblo en el que crece. Se trata de un tópico el afirmar que a la vida hay que echarle sal y pimienta. Al tratarse de una verdad, y teniendo en cuenta la calidad de la pimienta se ha puesto en moda desde hace unos años degustar las “piperras de Ibarra”.
Difícilmente se puede imaginar una barra llena de pintxos sofisticados de salmón, caviar ..si no se encuentran las guindillas verdes y sabrosas. Se trata de un ingrediente para los guisos de invierno y un excelente complemento a las alubias de Tolosa.
Muchas de las hectáreas de tierras de labor en Ibarra se emplean para el cultivo de la piperra. Se trata de una hortaliza que requiere mucho trabajo. La tierra precisa de humedad y temperatura adecuadas y se planta en mayo y se recoge en agosto. Una primavera lluviosa y cálida ayuda a que la cosecha sea de calidad.
Es una excelente hortaliza fresca y también frita en aceite. Un tercio de la producción se vende envasada en envases de cristal en vinagre de vino.
El proceso de envase y etiquetado que se realiza en otoño es manual, y se lleva a cabo tras un exhaustivo análisis sanitario y bacteriólogo.
Se trata de una hortaliza de tamaño pequeño, forma de cilindro y punta afilada. Tiene color verde, no muy oscuro y raramente sabe picante. La mayoría son blandas y de sabor dulce. En cambio las arrullados y enroscadas son picantes. Si realizáramos en el mercado un marketing, sabríamos que son las mujeres las principales consumidoras de esta excelente piperra.
En octubre de 1997 la piperra de Ibarra consiguió el Label Vasco de calidad. Desde entonces la piperra se ha dado a conocer no sólo en los restaurantes más prestigiosos del estado como los “langostinos de Ibarra”, sino también en las mesas de restaurantes de Italia o Japón.
Caserío Azkue
El caserío Azkue se fundó en el siglo XVI-XVII, según el estudio de sus muros al este. En el siglo XVIII adopta su aspecto palacico-residencial actual. Entonces se le agregaron algunos elementos que le dieron el aspecto que hoy tiene. El caserío Azkue es un edificio de planta cuadrada, de unos veinte metros de lado y planta baja, primera y desván.
El volumen está rematado por una cubierta a cuatro aguas. La cubierta es de alero de voladizos cortos y artesonado en la fachada nordeste principal.
Es de muro de mampostería revocada, con las cuatro fachadas encaladas. Presenta sillares en los esquinales, vanos recercados y platabanda a media altura de la fachada principal. La fachada principal se orienta al Norte-Este y presenta, a pesar de los cambios, un estado más regular que el resto de la fachada.
Una platabanda de sillería separa la planta baja de la primera formando un zócalo. En la planta baja hay un acceso y tres ventanas, además de las originales. Estos últimos, tanto los vanos como el gran acceso adintelado, están recercados en piedra sillar y están tacados. La primera planta consta de cinco balcones de simetría, recercados en madera y con antepechos de hierro forjado.
Sobre el vano central presenta un levante a modo de frontón triangular, similar al de los ayuntamientos del siglo XVIII, en el que se sitúa un escudo barroco de ese siglo. El escudo de armas está muy bien labrado y conservado, con abundante decoración de gran relieve. Este elemento modificó la cubierta a cuatro aguas y dotó al edificio de un cierto aspecto singular de caserío, que discurría desde entonces por la senda del aspecto que adoptó en el siglo XVIII, cuando se convirtió en palacio rural.
En la primera planta de la fachada suroeste se disponen regularmente cuatro vanos, en la planta baja también son cuatro pero de menor tamaño. En la esquina de esta fachada con la principal hay un reloj de sol de gran tamaño.
En la ladera sureste hay una manzana que cubre casi por completo esta fachada. También en la fachada suroeste hay un edificio anexo en la planta baja, quedando a la vista la primera planta con la distribución de los vanos totalmente alterada.
Percol de Azkue
Ibarra sintió en sus entrañas el "Azkue Haundia", también llamado posteriormente "Pergola", de la tacata de la ferrería. Gracias a un documento que se encuentra en el Archivo de Gipuzkoa, sabemos que en 1551 ya existía la ferrería Azkuen. Según consta en el documento fechado el 11 de junio de ese mismo año, Martín Arzamendi de Mondragón, ferrón de la ferrería Azkue, entregó a Garzia Azkue de Ibarra un recibo de 63 ducados por las reparaciones realizadas en la ferrería.
El 22 de agosto de 1602 se firmó un convenio entre San Sebastián y Juan Pérez Tolosa, propietario de la casa Azkue de Ibarra, y Miguel Beitia de Belauntza, propietario de la casa Azkue de Belauntza y de la ferrería, en el que se regulan las cláusulas para la construcción de la nueva ferrería Azkue.
Fruto de las obras ejecutadas, en la demarcación municipal de Belauntza (junto a la ermita de San José), aguas arriba, se creó la ferrería denominada "Azkue Zarra" o "Azkue Handia". En la época en que el Gran Azkue pertenecía a Felipe Dugiols, calderero francés, fue denunciado por el Ayuntamiento de Ibarra en varias ocasiones por contaminación de las aguas del río Elduarain y muerte de peces.
La famosa periola pertenecía a Ignacio Zabalo de Bera y en 1796 arrendó 9 años al ferrón Arsuaga. Años más tarde se arrendó a los hermanos Tomás y José Zabala. Tomás fue teniente de alcalde de Tolosa, por lo que en 1834 los carlistas prendieron fuego y destruyeron las instalaciones. Pero se reconstruyó y en 1861 el ferrón José Manuel Etxaniz se hizo responsable de "Azkue Berria". Esta familia explotó la ferrería hasta su cierre definitivo en 1921. Su último nombre era "viuda e hijos de Calixto Etxaniz".
La ferrería tenía su propia catarata para explotar el agua. En un principio, en los siglos XVIII y XIX, realizaba obras propias de una ferrería principal, como el forjado de piezas de hierro. En los últimos tiempos se ha remodelado para la fabricación de vasijas y calderas de cobre, de ahí el nombre original de percola (caldos + ola). Estas industrias dedicadas al cobre tenían la ventaja de tener muchos metales, ya que procedían de importantes minas cercanas a Aralar. En la mina de Aralar trabajaron también unos pocos ibartarras.
Caserío Etxezarreta
El primer barrio de Ibarra se formó en el siglo XIII en la colina de Etxezarreta. En ella, entre otros lugares, estuvo la primera iglesia y el cementerio. El barrio recibió el nombre del linaje Echazarreta o Echezarreta, que residía allí.
La familia Echazarreta era una nobleza rural y ya en el siglo XIV, como se puede comprobar en diversos documentos históricos, tenía una influencia importante en la región.
Iglesia de San Bartolome de Etxezarreta
Aunque apenas hay datos sobre esta iglesia, en un pleito del año 1494 en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid se cita la colación de San Bartolomé de Etxezarreta de Ibarra. Hoy en día no tenemos rastro del barrio que existió en esta colina. En las inmediaciones de la iglesia se convertiría en un pequeño barrio rural, forestal y ganadero formado por casas construidas con madera, paja y barro. Con el paso del tiempo se fue convirtiendo en un núcleo importante, por el que pasaba la "Calzada Real" de Navarra - Uno de los principales ejes económicos y políticos del Reino - Y sobre el que se fueron desarrollando nuevas relaciones económicas y sociales.
Estuvo totalmente relacionado con la casa Etxazarreta de Ibarra. Los propietarios de esta casa fueron los patrones de la iglesia hasta finales del siglo XVI.
Estaba situada en el suelo de la casa Etxazarreta y junto a la iglesia se menciona que la casa Mongia se encontraba junto a la iglesia, construida en dos ocasiones. El cementerio también estaba ahí.
La nueva iglesia, construida junto al río de Ibarra, se convertirá con el tiempo en una ermita.
Carela
El uso de cal viva que mejoraba la calidad de las tierras de cultivo estuvo muy extendido en nuestro territorio hasta mediados de este siglo. Los caleros eran hornos especiales que se utilizaban para hacer cal viva quemando la caliza.
Calero caserío Azkue
Los caleros eran hornos especiales que se utilizaban para hacer cal viva quemando la caliza. El origen de las caleras parece estar en el siglo XVIII y su uso se extendió hasta mediados del siglo XX. En aquella época se intensificaron las hambrunas, extendiéndose el uso de cal viva que mejoraba la calidad de las tierras de cultivo. Se utilizaba como abono para eliminar plagas, desinfectar seles y curar heridas de cabezas de ganado.
Había dos tipos de caleros entre nosotros. Los llamados de escarcha eran los más antiguos y eran hornos de piedra que soportaban el fuego. En ellas, en una bóveda de piedra caliza se amontonaba la piedra caliza y debajo se quemaba madera de roble y haya día y noche. Debajo del horno había una boca de encendido y un segundo agujero regulaba la entrada del aire. Cuando la cocción terminaba al cabo de unos seis días, el fuego se apagaba y, tras un par de días de refrigeración, salía la cal viva.
El otro tipo de calero llamado crisol tenía un proceso continuo. La piedra y el combustible se cargaban por encima por capas y la cal salía por debajo mediante una malla metálica.
Proceso de crisoles
El cilindro interior de los crisoles tenía una altura de unos 5 m y un diámetro de 1,2 m. Para facilitar los trabajos se construían en pendientes que facilitaban el acceso a las bocas superior e inferior.
Para encender el horno y empezar a calentarlo, se utilizaban durante tres horas escobas y cubetos completamente secos. Posteriormente se añadían astillas de roble durante otras 2-3 horas y seguidamente se podían empezar a utilizar maderas más gruesas.
El carpintero podía conocer el paso de la cocción observando el humo. El color blanco del humo indicaba que la temperatura era más baja de lo necesario y que el azul se estaba calentando bien. Los agujeros situados en la pared inferior del horno regulaban la entrada del aire.
Tras un buen calentamiento del horno, se añadía una capa de caliza del tamaño de la manzana y se añadían alternativamente capas de madera y caliza.
10 horas después de su encendido, los primeros trozos de cal empezaban a caer de la red, pero como se quemaban irregularmente, volvían a entrar en el horno. Cada dos horas se iba a rellenar el horno con una capa alterna de piedra y madera hecha de nalgas de roble, hayas y castañas.
La cantidad de piedra a utilizar dependía de la cantidad de cal que se quería obtener, ya que siendo el proceso continuo, a medida que se extraía la cal el horno se llenaba de combustible. Entre 24 y 50 horas después de su encendido, la temperatura del horno se estabilizaba en unas 1.000 e y después el proceso se producía a continuación. La cal bien cocida se enfría rápidamente y se guardaba en un cobertizo hasta que se extendía por los campos. Una parte se reservaba para la fabricación de carbón y se utilizaba principalmente para blanquear las paredes de los caseríos.
El calero permanecía encendido entre 7 y 15 días, dependiendo de los caseríos que iba a abastecer. En esos días, el encargado del calero y sus ayudantes trabajaban con ahínco, y una vez terminados los trabajos, después de muchas fatigas y sudores, una buena cena daba fin a este curioso trabajo.
Caserío Txontxo
El caserío Txontxo se ubicaba en la zona histórica de Ibarra, al este de la plaza San Bartolomé. Limita al norte con Zubiaurre y al este con Donperuene.
El caserío Txontxo mostraba las características típicas de los edificios del siglo XVII. Como consecuencia de los trabajos realizados por la Sociedad de Ciencias Aranzadi, se observaba una estructura de madera y mampostería originales.
Se pueden hacer diferentes interpretaciones sobre el origen del nombre del caserío. Sin embargo, si se recurre a documentos históricos se puede afirmar que la toma del nombre del propietario de 1581 puede deberse a una deformación del mismo:
Joanito (1581) - Joantxerena (1591) - Joantxena (1595) - Joantxo (1614) - Joantxorena (1629) - Juantxorena (1741)